lunes, 19 de enero de 2015

El valor de la DISCIPLINA en la crianza


En los últimos años disciplina se ha convertido en una palabra denostada, seguramente porque la asociamos con adiestramiento, obediencia ciega, intransigencia, o con el ejercicio déspota de la autoridad.


¿Qué es la disciplina? Instrucción de la persona para adherirse a un determinado código moral, buen comportamiento, y valores. Son los mensajes, modelos, experiencias satisfactorias o negativas que vivencian nuestros hijos en el día a día. Con la finalidad de que, de forma progresiva, éste se integre en la comunidad en la que formamos parte y se convierta en la buena persona (ciudadano, padre, amigo, trabajador, activista…) que nuestra familia tiene como modelo.


Para mí ha sido especialmente revelador el siguiente texto de  Philipe Meireu en su libro Franquestein Educador:
“Somos introducidos en el mundo por los adultos, que hacen, como se dice las presentaciones: “Aquí, mi hijo. Se llama Jaime, o Ahmed. Hijo mío, aquí el mundo(…) formamos parte de él, (..). Ya estaba ahí antes que tú, con sus valores, su lenguaje, sus costumbres, sus ritos, sus alegrías y sufrimientos, y también contradicciones. Este mundo, por supuesto, no lo conozco del todo. Por supuesto, no todos sus aspectos me parecen bien. (…) Formo parte de él y debo introducirte en él. Debo, para empezar enseñarte las normas de la casa, de la domus que te acoge. Tendrás que someterte a ellas y eso, sin duda, será para ti una fuente de preocupaciones y quizá incluso de algunos tormentos. (…) Es normal, al fin y al cabo, que aquél que llega acepte algunas renuncias para tomar parte de la vida que aquellos que le acogen. Ése es el precio que hay que pagar para que te conviertas en miembro de la comunidad”


Los padres, pues, somos mediadores entre el mundo y nuestros hijos. Y si queremos que nuestros hijos formen parte de él, disfruten como el resto de sentirse integrados, acogidos, de formar parte de algo superior a él mismo, hemos de facilitarle las herramientas para que pueda hacerlo.

Nuestra tarea es la del equilibrista: le facilitaremos el conocimiento de las normas, y del sentido de éstas, de las consecuencias que puede tener el superar los límites marcados por éstas, para hacerle competente de actuar en libertad, con responsabilidad. A la vez hemos de ser garantía del bienestar del niño, de protegerles y cuidarles, para que se encuentren seguros, se sientan amados y valiosos para nuestra familia.

Y todo esto teniendo en cuenta que sus capacidades y potencialidades irán evolucionando, así como sus necesidades y las expectativas sociales. Este equilibrio estará adaptado en la primera infancia, y especialmente en los primeros años el vínculo afectivo que establezcamos con nuestros hijos será prioritario, desde luego será el valor más importante en nuestra relación con el niño

Más tarde, al evolucionar sus capacidades, y tener resueltas sus necesidades básicas, descubrirá con nuestra ayuda, que existen OTROS distintos a él, que tendrán intereses distintos, y que podrán confrontarse con los suyos propios, pero a los que habrá de respetar, como él mismo se respeta.  Que existirán normas y tareas, que por diversos motivos, habrá que respetar y colaborar, con las que, entrará en conflicto sus propias necesidades o intereses. Estos motivos, se sustentarán en valores, como el orden o la belleza, la solidaridad, y ese será el vínculo que habremos de descubrir, e incluso cuestionarlos, haciendo partícipes a nuestros hijos.

Nuestra meta como padres es que, nuestros hijos tengan su propio código moral, sus valores y principios. Éstos le permitirán vivir en comunidad, en interrelación con los otros, disfrutando de las oportunidades de bienestar y desarrollo que les brinda, colaborando incluso en la trasformación y mejora de la misma.

Un día, convertido nuestro hijo en adulto, y acabada esa “asimetría educativa” es bastante posible no se parezcan tanto a los nuestros como hubiéramos deseado, o sí?? Será libre y responsable de sus actos, convertido en adulto, habremos de dejarle ser… (y eso, es ya otra historia)
 “Pinocho tenía las piernas entumecidas y no sabía usarlas, de modo que Gepeto lo sostenía de la mano y lo guiaba para que aprendiese a poner un pie delante del otro. Cuando tuvo las piernas bien desentumecidas, Pinocho empezó a andar solo y a correr por la habitación; y de repente, abrió la puerta saltó a la calle y huyó...”

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